Es triste quizás, pero si no me elegían, tuve que elegirme yo a mí

Y decir por ahora adiós a la vocación (hasta próximo aviso.) 
Elegirme a mí, porque si la vocación no paga, nunca tendré un cuarto propio.
Y estaré triste y encerrada. 

"Pero estas contribuciones al tema peligroso y fascinante de la psicología del otro sexo-tema que estudiaréis, espero, cuando contéis con quinientas libras al año- se vieron interrumpidas por la necesidad de pagar la cuenta. Subía a cinco chelines y nueve peniques. Le di al camarero un billete de diez chelines y se marchó a buscar cambio. Había otro billete de diez chelines en mi monedero; lo observé, porque este poder que tiene mi monedero de producir automáticamente billetes de diez chelines es algo que todavía me quita la respiración. Lo abro y allí están. La sociedad me da pollo y café, cama y alojamiento, a cambio de cierto número de trozos de papel que me dejó mi tía por el mero motivo de que llevaba su nombre. 
Mi tía, Mary Beton - dejadme que os cuente -, murió de una caída de caballo un día que salió a tomar aire en Bombay. Oq noticia de mi herencia me llegó una noche, más o menos al mismo tiempo que se aprobaba una ley que les concedía el voto a las mujeres. Una carta de un notario cayó en mi buzón y al abrirla me encontré con que mi tía me había dejado quinientas libras al año hasta el resto de mis días. De las dos cosas - el voto y el dinero -, el dinero, lo confieso, me pareció de mucho la más importante. Hasta entonces me había ganado la vida mendigando trabajillos en los periódicos, informando sobre una exposición de asnos o una boda ; había ganado algunas libras escribiendo sobres, leyendo a ratos pars viejas señoras, haciendo flores artificiales, enseñando el alfabeto a niños pequeños en un kindergarten. Éstas eran las principales ocupaciones permitidas a las mujeres antes de 1918. No necesito, creo, describir en detalle la dureza de esta clase de trabajo, pues quizá conozcáis a mujeres que lo han hecho, ni la dificultad de vivir del dinero así ganado, pues quizá lo hayáis intentado. Pero lo que sigo recordando como un yugo peor que estas dos cosas es el veneno del miedo y de la amargura que estos días me trajeron. Para empezar, estar siempre haciendo un trabajo que no se desea hacer y hacerlo como un esclavo, halagando y adulando, aunque quizá no siempre fuera necesario; pero parecía necesario y la apuesta era demasiado grande para correr riesgos; y luego el pensamiento de este don que era un martirio tener que esconder, un don pequeño, quizá, pero caro al poseedor, y que se iba marchitando, y con él mi ser, mi alma. Todo esto se convirtió en una carcoma que iba royendo las flores de la primavera, destruyendo el corazón del árbol. Pero, como decía, mi tía murió; y cada vez que cambio un billete de diez chelines, desaparece un poco de esta carcoma y de esta corrosión; se van el temor y la amargura. Realmente, pensé, guardando las monedas en mi bolso, es notable el cambio de humor que unos ingresos fijos traen consigo. Ninguna fuerza en el mundo puede quitarme mis quinientas libras. Tengo asegurados para siempre la comida, el cobijo y el vestir. Por tanto, no sólo cesan el esforzarse y el luchar, sino también el odio y la amargura. No necesito odiar a ningún hombre; no puede herirme. No necesito halagar a ningún hombre; no tiene nada que darme."

-Virginia Woolf - Una habitación propia

Solita es mejor que con el diablo
Mejor me quedo sola y salgo pa' la calle voy a vivir mi vida loca, sin nadie que me calle/falle

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